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Friday, June 25, 2010

Camino a Luang Prabang

Fuimos en bus de Chiang Mai a Chiang Khong; asientos reclinables y aire acondicionado, un aeromozo (según Jenni) de lo más simpático que cada vez que decía algo se acercaba a nosotras y nos lo repetía en inglés, caminaba por el pasillo y se lo repetía a otros dos turistas. Eran un rubio y un morocho que obviamente estaban haciendo el mismo camino que nosotras. No nos hablaban.
Seis horas y unas cuantas paradas más de las que nos habían dicho nos bajamos en el medio de la calle. Los locales desaparecieron y solo quedamos nosotros cuatro y otro Westerner que debe haber viajado en el baño. Negociamos dos tuc-tuc con los taxistas y nos llevaron hasta la frontera, a orillas del Mekong, donde nos sellaron los pasaportes. ‘Oh, Argentina, football!’ Nos subimos a un bote que no se dio vuelta de casualidad y en dos minutos cruzamos el río, estábamos en Laos.

Mientras llenábamos los formularios para la visa en una terraza que da al río marrón, y de nuestros cuerpos salían gotas gordas, tuvimos que escuchar a un tipo, pesado como el aire que nos rodeaba, que nos quería vender el viaje hacia Luang Prabang por un precio ridículo.
‘Oh, Argentina, football!’ Visas otorgadas; caminamos las tres cuadras que ocupa Houei Xai hasta encontrar un Guest House que nos gustara y salimos a regatear el pasaje en slowboat para la mañana siguiente.


Día uno: fuimos rápidas para subir al barquito y por suerte Jenni y yo conseguimos asientos adelante, los chicos un par de filas atrás nuestro. El rubio y el morocho resultaron ser un yankee y un inglés, Val Kilmer y Orlando Bloom respectively. Cada una de nosotras en un asiento de madera de no más de 25 cm de ancho pero en cuyo largo cabíamos acostadas, con las piernas colgando por las ventanas del barco. Dormimos un rato, leímos, escribimos, comimos, Jenni habló con gente, vimos que también había un grupo de argentinos. ‘Son distintos, ¿no?’ dijo una de nosotras. ‘Son grasas,’ dijo la otra, y no nos pudimos poner de acuerdo en cuál calificativo fue peor.
También jugamos a las cartas; en el medio del pasillo, cortando el paso, nos sentamos y se sumaron nuestros nuevos amigos, un holandés, una española, un irlandés y otro inglés. El holandés y sus juegos para tomar no tuvieron éxito, él era el único que le entraba al whisky. Terminamos jugando al jodete los cuatro pero después de un par de rondas hubo que suspender, el calor ahí donde estábamos sentados no se podía aguantar más.

Llegamos a Pakbeng. El barco no se liberó, se llenó cada vez de más gente; los de los guest houses se subieron para ofrecer sus habitaciones. ‘No, thank you. No thank you,’ con nuestras mochilas puestas, tratando de pasar entre la gente, haciendo equilibrio por la maderita que iba desde la ventana por la que salimos hasta tierra firme.
Pakbeng también es chico así que elegimos rápido lugar donde quedarnos, en donde Jenni encontró la lizard más grande jamás vista (en nuestro baño). Salimos a caminar, después de ver el mercado más sucio que encontramos hasta ahora decidimos ir a tomar una cerveza a uno de los restaurantes con vista al Mekong. Nos empezaron a comer unos bichos, cambiamos de locación por el bar de al lado, estaban Val y Orlando, nos quedamos con ellos.
A la mañana estaba haciendo mi mochila cuando vi que algo se movió: ‘ay!’ dije y solté la mochila. ‘¡¿QUEHAY?! ¡¿QUEHAY?! ¡¿QUEHAY?!’ Los gritos histéricos de Jenni trajeron a todos los huéspedes a nuestra puerta y cuando el encargado vio a la lizard más pequeña de la historia la agarró con su mano y la tiró por la baranda.

Día dos: Orlando y yo necesitábamos café así que tardamos un poco más. Cuando llegamos para “embarcar,” nuestro barco, el 50, no estaba. ‘Jenniiiiiii, Jeniiiiiiiii’ empecé yo. Apareció mi compañera desde un slowboat de la mitad del tamaño del que habíamos viajado. Por suerte tuvimos un asiento cada uno, de a ratos tuvimos que compartirlos pero al menos teníamos asientos. Contrario al calor del primer día, estuve fresco. Bah, no puedo decir fresco, sino que de a ratos había viento que daba un poquito de frío.
Otra vez, jugamos a las cartas, leímos, escribimos, almorzamos, comimos una banana con sabor a manzana.
Este barquito paró en cuanto village hubo durante el camino, en cada parada se subía alguien con bolsas y bolsas con vaya uno a saber qué. El viaje duró lo mismo que el del día anterior, 6 horas y, al igual que en el puerto anterior, salimos del bote, subimos una empinada escalera hasta llegar a la calle y empezamos a patear Luang Prabang en busca de un lugar para alojarnos.

3 comments:

Anonymous said...

quiero estar viajando con vos bro!
y pedile contacto a orlando, acordate de tu hermanita soltera
al final vieron el partido contra grecia?
ojalá lleguen a ver el de méxico
beso!

Anonymous said...

q lindo bote! el de la primera fila estaba divertidisimo!
jajajaa!
un bso a Orlando!
primo del medio.

Anonymous said...

me haces viajar con tus cuentos!! muy bueno amigaaaa segan disfrtuando!!
besotes
la peti

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