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Tuesday, June 29, 2010

Ha Long Bay

De Luang Prabang volamos a otra selva: Hanoi. Cambiamos monjes y templos (salvo por el de la Literatura) por motos, más motos y bocinazos. Pero el relato de estos dos días en la capital de Vietnam quedará para otro momento, ahora les voy a contar un poco de lo que fueron nuestras horas en Ha Long Bay.

Nos buscó la mini van (una traffic) en The Drift, el hostel en el que estábamos en Hanoi. Fuimos sumando pasajeros en el camino, y una vez que no cabía ni un alfiler partimos hacia Ha Long City. Unas tres horas después, el guía habló, supusimos que nos estaba indicando cómo seguiría la mañana. Supusimos digo, porque todo lo que entendíamos era ‘du iu andestan? Okay? Yeah. … okay? Yeah.’ Nos dividieron en grupos, todos se fueron subiendo a los barquitos y nosotras, con nuestro grupo, una hora bajo el sol, esperando que nuestro capitán, vestido de punta en blanco, hiciera no sé qué con nuestros pasaportes para poder zarpar.

Empezamos con un almuerzo en el barco. La comida, riquísima. Una pena que en nuestra mesa, además de una pareja de españoles, había una china de unos 50 años que le sacó fotos a cuanto plato de comida le pusieron enfrente (incluyendo una naranja cortada, muy exótica la fruta aparentemente) que se reía de todo (y pueden imaginar que eso solo me generaba un poco de violencia) y siempre se le ocurría que tenía algo para decir cuando tenía la boca llena.

El primer día de esta excursión incluía además un paseo a unas cuevas ‘full of surprises, once you’re there you’ll understand why you came,’ pudimos entenderle al guía. Muy linda la cuevita, lo único bueno fue que la temperatura era un poco más baja que la ambiente y eso, es muchísimo en estas tierras. De vuelta en el barquito de madera, hora de nadar un poco.
La no tan valiente de mi amiga me hizo subir a lo que sería la terraza del barco (ni idea la palabra técnica). ‘Me va la adrenalina, dale tirémonos,’ decía excitada. Cruzó la baranda, volvió atrás, ‘mejor voy al salto intermedio, después vengo a este.’ Y se fue. Yo ya estaba del otro lado, y más por orgullo que por ganas, me tiré. ‘Ahhhh…’ vivísima que salté gritando, así la cantidad de agua que tragué. Obvio, Jenni nunca se tiró.

El capitán, que hacía rato no tenía ninguna función, se había quitado su impecable traje y se paseaba en shores. Uno de los marineritos, jamás estuvo vestido, siempre se acercó con una mirada desagradable y su panza al aire. Uno de los que no pudimos identificar sus tareas, cada tanto se daba una vuelta por el restó, prendía una larga pipa y le daba una seca a sus hierbas.

El cuarto era mínimo y los ventiladores (el aire acondicionado es un lujo que no nos acompaña a diario) sólo andaban un par de horas por día (por suerte durante la noche había electricidad). No había nada que hacer en el cuarto, a mi me daba una casi desesperante sensación de encierro. Nos quedamos en el deck (¿se llamará así la parte de arriba?) leyendo hasta la hora de la cena. Otra vez, comida muy rica y todos se fueron a dormir.
Ese día jugaba Argentina contra México y lo podíamos ver en el comedor. Faltaban más de cuatro horas y habíamos planeado quedarnos escribiendo, leyendo hasta que se hiciera la hora. Lo que no habíamos calculado, era que este lugar era el dormitorio del capitán, el guía, el cocinero, y los otros dos que no sabemos qué hacían ahí. Los muchachos corrieron las mesas, pusieron las sillas en fila, trajeron sábanas. Uno a uno se fueron quedando en cuero (tampoco es que estuvieron todo el día vestidos), en calzoncillos; se fueron acostando y como lo único que sentimos fue incomodidad, decidimos desearle lo mejor a nuestra selección y bajar a nuestro caluroso camarote.

En el piso de abajo nos encontramos con un intenso olor a cloaca. No podíamos ni acercarnos a la puerta de nuestro baño que se nos revolvía el estómago. Así de bien descansamos, y a las 6 y pico uno ya estaba encendiendo el motor, que estaba justo detrás de nuestra habitación. Ni idea para qué, porque estuvimos anclados unas cuantas horas más.
Todos fueron a hacer kayak menos nosotras, que preferimos quedarnos en el deck, derritiéndonos.
Emprendimos el regreso a Ha Long city; hubiéramos llegado más rápido caminando. Una vez que el capitán estuvo de punta en blanco otra vez, anclamos.

Otras tres horitas de vuelta a Hanoi, la espera para subirnos al “Open Bus” (no es abierto, sino que el pasaje es abierto), y las 18 horas en bondi con una pareja de vietnamitas durmiendo en el piso entre medio de nosotras (Jenni y yo en asientos al nivel del piso), y estos conductores que tienen la mano pegada a la bocina para llegar hasta donde estamos hoy, Hoi An.

Saturday, June 26, 2010

Luang Prabang

Después de leer lo que escribí acerca de Chiang Mai, Nanny me mandó un mail y en referencia a las falls escribió: ‘…don't waste your time and energy any more … Enjoy your way to Laos and please skip the next falls.’

¿Qué hay en Luang Prabang además de templos, estatuas y estatuitas de Budda, y muchos escalones que te llevan a otros templos?
A las falls fuimos con Val y Orlando, en un tuc-tuc conducido por un lugareño. (Este hombre, al igual que mucha gente, tiene un lunar en la cara. Hasta ahí, todo normal. Lo que notamos en este lugar, es que de estos lunares salen pelos. Muchos pelos que no deben haber sido arrancados, cortados, nada, en sus vidas.) Habremos tardado una hora en hacer los 25 km hasta Kouang si.

Entramos al parque nacional, después de ver a los osos, Orlando me cedió el rol de guía que él no había cumplido tan bien el día anterior cuando caminamos, caminamos y caminamos toda Luang Prabang. Estando en el medio de una selva (o algo así), toda superficie era resbaladiza y yo ya estaba perdiendo energía en la concentración que debía ponerle a mis pasos. ‘To the top,’ decía un cartel entre una especie de bifurcación. ‘Right we go,’ dije decidida.
Empezamos a subir, todos en ojotas, el caminito parecía tener bastante pendiente, no había huellas. Cuando los chicos se dieron cuenta de que estábamos yendo por un camino que no era camino, era tarde. Era imposible volver atrás, si intentábamos bajar íbamos a estar en problemas. Así que seguimos escalando. Por suerte, Jenni y yo estábamos en pollera.
Recién a la noche le dije a Jenni que en un momento un cangrejo había caminado por su empeine. No sé como no lo sintió pero menos mal; pienso en esa posibilidad y no puedo llegar a un final feliz.
En fin, llegamos a la cima, enfilamos hacia la izquierda, buscando la bajada señalizada. Nunca la encontramos, pero al menos era la que usaba la gente. Nos habían hablado de un lugar secreto en algún lugar en estas waterfalls que aparentemente era increíble (nunca presté atención a estos datos y parece que el resto tampoco). Llegamos a la primera “pileta” por la que habíamos pasado al principio y ahí nos quedamos, necesitábamos meternos en el agua.
Imaginen que de fondo hay una cascada de no más de cinco metros que cae en una suerte de pileta en donde el agua apenas se mueve, tiene la profundidad necesaria para que cuand
o saltes de la soga que está atada al tronco a unos tres metros de altura no te la pongas contra el fondo del río. Pero también puede pasar que te la ponés contra el mismo tronco del que te tirás.
Los chicos estaban encantados, se agarraban de la soga cual tarzán y se tiraban una y otra vez; nosotras, un poco más de respeto. Jenni juntó coraje y se mandó. Escaló los dos troncos que la llevaron a la soga y después de varios segundos aferrada a la soga, se tiró. Lástima que una vez en el aire le dio miedo soltarse de la soga y cuando su fuerza la trajo de vuelta hacia el árbol… bloom!
Claro que ahí se soltó. Una vez que su cabecita apareció en la superficie y ví que estaba bien no pude más que estallar; Val y Orlando me siguieron, y la ágil protagonista casi que se sigue riendo.
Mientras terminábamos nuestras húmedas Oreos apareció un grupo de japoneses.
‘¿Qué hacés? ¿De qué te escondés?’ Me preguntó Jenni cuando me puse atrás de ella.
‘Nos están sacando fotos, vos quedate quietita que no estoy en mi mejor momento.’
Sin disimular, los tipos nos empezaron a fotografiar. Nosotras teníamos un par de cámaras apuntándonos y los chicos otras tantas. Uno de ellos se animó y nos pidió una foto grupal. Nos pusimos con dos de estos personajes y uno sacó con cada una de sus máquinas.
Al terminar la sesión, Val dijo, ‘You’ll arrive in Tokyo and find your picture all over the city.’

Y a ver a los tigres. Seguimos el impreciso mapa (parece que hay un problema con los mapas y las escalas por estos pagos) y llegamos a la jaula. Parecía vacía. En la puerta había una nota pidiendo disculpas por la ausencia del animal, falleció en 2008.

El hombre del lunar y sus pelos nos llevó de vuelta. Nos había estado esperando todo el tiempo, con el resto de los conductores; mejor no enterarse haciendo qué. A mitad de camino paró el camioncito azul y se bajó. ‘Toilet,’ dijo riéndose. Se escondió detrás de los arbustos y volvió. Seguimos bajando la montañita con el motor apagado. Tuve miedo.

Sanos y salvos en Luang Prabang, seguimos viendo templos y monjes; no vimos Argentina-Grecia porque lo pasaban a eso de la 1.30 y estábamos destruidas; un día de pileta y cartas; cena en el night market; nos despedimos de nuestros compañeros por estos cinco días y volamos a Vietnam.

Friday, June 25, 2010

Camino a Luang Prabang

Fuimos en bus de Chiang Mai a Chiang Khong; asientos reclinables y aire acondicionado, un aeromozo (según Jenni) de lo más simpático que cada vez que decía algo se acercaba a nosotras y nos lo repetía en inglés, caminaba por el pasillo y se lo repetía a otros dos turistas. Eran un rubio y un morocho que obviamente estaban haciendo el mismo camino que nosotras. No nos hablaban.
Seis horas y unas cuantas paradas más de las que nos habían dicho nos bajamos en el medio de la calle. Los locales desaparecieron y solo quedamos nosotros cuatro y otro Westerner que debe haber viajado en el baño. Negociamos dos tuc-tuc con los taxistas y nos llevaron hasta la frontera, a orillas del Mekong, donde nos sellaron los pasaportes. ‘Oh, Argentina, football!’ Nos subimos a un bote que no se dio vuelta de casualidad y en dos minutos cruzamos el río, estábamos en Laos.

Mientras llenábamos los formularios para la visa en una terraza que da al río marrón, y de nuestros cuerpos salían gotas gordas, tuvimos que escuchar a un tipo, pesado como el aire que nos rodeaba, que nos quería vender el viaje hacia Luang Prabang por un precio ridículo.
‘Oh, Argentina, football!’ Visas otorgadas; caminamos las tres cuadras que ocupa Houei Xai hasta encontrar un Guest House que nos gustara y salimos a regatear el pasaje en slowboat para la mañana siguiente.


Día uno: fuimos rápidas para subir al barquito y por suerte Jenni y yo conseguimos asientos adelante, los chicos un par de filas atrás nuestro. El rubio y el morocho resultaron ser un yankee y un inglés, Val Kilmer y Orlando Bloom respectively. Cada una de nosotras en un asiento de madera de no más de 25 cm de ancho pero en cuyo largo cabíamos acostadas, con las piernas colgando por las ventanas del barco. Dormimos un rato, leímos, escribimos, comimos, Jenni habló con gente, vimos que también había un grupo de argentinos. ‘Son distintos, ¿no?’ dijo una de nosotras. ‘Son grasas,’ dijo la otra, y no nos pudimos poner de acuerdo en cuál calificativo fue peor.
También jugamos a las cartas; en el medio del pasillo, cortando el paso, nos sentamos y se sumaron nuestros nuevos amigos, un holandés, una española, un irlandés y otro inglés. El holandés y sus juegos para tomar no tuvieron éxito, él era el único que le entraba al whisky. Terminamos jugando al jodete los cuatro pero después de un par de rondas hubo que suspender, el calor ahí donde estábamos sentados no se podía aguantar más.

Llegamos a Pakbeng. El barco no se liberó, se llenó cada vez de más gente; los de los guest houses se subieron para ofrecer sus habitaciones. ‘No, thank you. No thank you,’ con nuestras mochilas puestas, tratando de pasar entre la gente, haciendo equilibrio por la maderita que iba desde la ventana por la que salimos hasta tierra firme.
Pakbeng también es chico así que elegimos rápido lugar donde quedarnos, en donde Jenni encontró la lizard más grande jamás vista (en nuestro baño). Salimos a caminar, después de ver el mercado más sucio que encontramos hasta ahora decidimos ir a tomar una cerveza a uno de los restaurantes con vista al Mekong. Nos empezaron a comer unos bichos, cambiamos de locación por el bar de al lado, estaban Val y Orlando, nos quedamos con ellos.
A la mañana estaba haciendo mi mochila cuando vi que algo se movió: ‘ay!’ dije y solté la mochila. ‘¡¿QUEHAY?! ¡¿QUEHAY?! ¡¿QUEHAY?!’ Los gritos histéricos de Jenni trajeron a todos los huéspedes a nuestra puerta y cuando el encargado vio a la lizard más pequeña de la historia la agarró con su mano y la tiró por la baranda.

Día dos: Orlando y yo necesitábamos café así que tardamos un poco más. Cuando llegamos para “embarcar,” nuestro barco, el 50, no estaba. ‘Jenniiiiiii, Jeniiiiiiiii’ empecé yo. Apareció mi compañera desde un slowboat de la mitad del tamaño del que habíamos viajado. Por suerte tuvimos un asiento cada uno, de a ratos tuvimos que compartirlos pero al menos teníamos asientos. Contrario al calor del primer día, estuve fresco. Bah, no puedo decir fresco, sino que de a ratos había viento que daba un poquito de frío.
Otra vez, jugamos a las cartas, leímos, escribimos, almorzamos, comimos una banana con sabor a manzana.
Este barquito paró en cuanto village hubo durante el camino, en cada parada se subía alguien con bolsas y bolsas con vaya uno a saber qué. El viaje duró lo mismo que el del día anterior, 6 horas y, al igual que en el puerto anterior, salimos del bote, subimos una empinada escalera hasta llegar a la calle y empezamos a patear Luang Prabang en busca de un lugar para alojarnos.

Friday, June 18, 2010

Argentina-Corea

Mientras caminábamos hacia el campamento pasamos por unas cinco casas en el medio de la nada, todas con unas terribles antenas. ‘Estos ven el partido seguro, me vengo acá a verlo, eh,’ le dije a Jenni.
Nunca hubiera imaginado que la gente acá seguiría tanto el mundial. En el aeropuerto de KL todo estaba decorado conforme a este evento, televisores por todas partes; en Tailandia cada vez que decimos que somos Argentinas nos dicen que siguen a nuestro equipo y todos los partidos. Salimos de noche y los bares están vestidos con banderas de todos los países, todos tienen TV con lo que se está jugando en Sudáfrica.

A eso de las 7pm, la francesa vino a nuestro a bungalow a avisarnos que en la tele del campamento estaban pasando el partido. Para que se den una idea de lo futbolera que es mi compañera, cuando pasamos por un poster gigante de Messi me dijo ‘ese no es argentino, ¿quién es?’ Pero igual vino conmigo al lugar donde estaban Catwalk, Chat y los residentes.
La música estaba al taco, alguna banda local. ‘Aia, le pegan,’ dijo Jenni. ‘¿Las remeras son medio shustis o me parece a mi?’ preguntó lo que yo había afirmado al inicio del partido anterior. Yo escribía, ‘mirá el gol, boluda.’ Íbamos 2-0.
Adelante nuestro estaba la hinchada: cuatro jóvenes thai, con sus pelos oxigenados. ‘Mirá el pelo de ese,’ Jenni me señaló a uno detrás de sus gafas de sol con aumento, ‘estamos en presencia de los Backstreet Boys.’

Alguien estaba preparando la cena, el olor prometía una rica comida. ‘¿Quién es ese de pelo largo?’ preguntó la que no conoce a Messi. ‘Jonás, Gutierrez creo,’ le dije como si tuviera algún tipo de conocimiento. Alguien por fin bajó el volumen, cambió la estación y empezó a sonar ‘She’, luego Enrique Iglesias interpretó ‘Hero’. Alguien volvió. Se ve que a pesar del altísimo porcentaje de humedad y la calor, el muchacho sentía fresco, vestía una campera.

Desde hace meses, Jenni dice que quiere comprarse un sombrero. No ha tenido suerte hasta hoy. Se enretuvo durante dos minutos mirando los que estaban en una mesa a nuestro lado. Faith Hill cantaba ‘There You’ll Be.’
‘Poné que tenemos a Dumbo atrás,’ me dijo J. Así es, detrás nuestro estaban los elefantitos. Gol de Corea.
‘¿Quién está jugando bien?’ me preguntó mi amiga. Me hubiera encantado poder responderle pero no tenía idea. Entre tiempo, los BSB cambiaron de canal al MTV local y conocimos un poco más de la terrible música local. La radio seguía encendida: Celine Dion ‘The Power of Love.’

Segundo tiempo. ‘Che, mi mamá me dijo que el arquero era buenmozo,’ claramente a Jenni no le interesa mucho mirar un partido, ‘me estaba jodiendo, ¿no?’
‘Corner largo iba a decir, no tienen cortos ¿no?’
‘Está jugando mejor Corea, tengo miedo,’ ya casi que parecía compenetrada en lo que nos mostraba la pantalla. Mientras Robbie Williams cantaba ‘Angles’ Jenni se fue al cuarto, tuvo que atravesar unos 100 metros de mini selva sola con su linterna. Los frances no me daba bola, la música—goool, festejé sola, miré al francés, ni una sonrisa me brindó.


Ya sin sus gafas, J volvió cuando el partido estaba 4-1, cuando Rod Stewart nos musicalizaba con ‘Have I Told You Lately’… sonó un teléfono, nadie atendió y yo de golpe me sentí, como tantas veces, mirando un partido en la casa de mis tíos (quizá acá los elefantes aprendan a atender).
Mostraron a Diego, después a Heinze en cámara lenta, linda sonrisa, ¿no? Fue lo último que pensé respecto al partido. Sirvieron la cena, hablamos de cualquier cosa menos de lo que acabábamos de ver. Sinceramente, yo no tenía mucho para decir, salvo que me alegraba enormemente haber podido vivir otra victoria de nuestro equipo, y con la esperanza de que el próximo destino también me reciba con una televisión para seguir viviendo Sudafrica 2010.



Chiang Mai

Mientras espantábamos moscas durante el desayuno, considerábamos lo que nos divertía y no de una de las pocas cosas que podés hacer en Chiang Mai: un trekking de uno, dos o tres días que incluye elefantes, rafting y mucha selva. Desde que nos encontramos en el aeropuerto de Bangkok, Jenni y yo estamos tan alineadas que a pesar de que las mismas cuestiones nos hacían dudar, decidimos que valía la pena.

Chat (o algo así) fue nuestro guía, y una pareja de franceses (hereinafter, “Catwalk”), los otros dos que vinieron con nostras. Catwalk se subió a la pick up con sus terribles botas de trekking, pantalones caqui, y mochilas por explotar. Nuestra apariencia no tenía nada acorde a la situación, fuimos con lo que teníamos. Dos días antes, yo me había olvidado mis zapatillas en Bangkok (tampoco eran todo terreno), así que tenía dos opciones: mis ojotas modelo 2005 (a lo sumo les queda un mes de vida) o comprar algo en algún mercado. Recorrimos un par de markets y no podemos más que preguntarnos qué carajo se compra la gente cuando viene y te dice que paga sobre equipaje. Quizá sea que por los precios uno caiga en el comprar por comprar, o que después de ver tanto las mismas cosas, te empiezan a parecer lindas. Cuestión, solo nos compramos unas crocs, y con eso en mis pies, hicimos este trekking de dos días.

En el camino al Chang Mai Elephant Camp paramos en un market. Para variar, no vimos nada interesante salvo dos presas de algún animalito en una bolsa de plástico atadas a un alambre, atado a un disco, haciendo de ventilador para espantar las moscas de sus frescos productos. Por suerte me compré un hermoso impermeable verde que nunca abrí porque no llovió.
Almorzamos en un village en donde no había nada de nada. Nos dieron nuestra lunchbox: unos fideos envueltos en una hoja de banana. Partimos. Caminamos por la selva, subida, subida, subida, recto, subida, subida. Chat nos enseñó algo tan útil como es hacer TAC cuando ponés una hoja en tu mano y con otra la otra palma la golpeás, y flechas con unas hojas largas… Seguimos caminando, llegamos a una waterfall. Nunca crean cuando alguien les quiere vender una waterfall. Ya me pasó varias veces, son unas cascadas malísimas. De esta, al menos caía algo de agua, pero de haber sabido, no hubiéramos caminado todo eso para estar en ese arroyito.

Seguimos caminando bajo el intenso sol y nos acercamos a la fauna tailandesa: dos perros que nos siguieron gran parte del camino, una araña negra peluda, una serpiente muerta en el camino, gatos y gatitos sin ojos. Llegamos al campamento. El lugar estaba vacío salvo por los cuidadores de elefantes. (Dicen que por los problemas que hubo hace unas semanas el turismo bajó mucho y no sabemos si será verdad pero en Chang Mai casi no vimos gente.) Nos dieron un bungalow a nosotras, otro a Catwalk. A eso de las siete nos avisaron que estaban pasando el partido de Argentina así que lo fuimos a ver. Después de la victoria no quedaba mucho por hacer así que entre el mosquitero con agujeros que caía del techo y los sonidos de los insectos, caímos rendidas.

A la mañana bañamos a un elefante, luego paseamos en círculo en uno de ellos en un asiento con una barra de hierro atrás que hizo que el recorrido fuera un tanto incómodo. El hombre que “manejaba” al elefante se había lookeado para ocasión: sus jeans Diesel, chomba y sombrero rosa. Nos quisieron vender la foto arriba del animal, una lástima que se olvidaron de incluir al elefante en el cuadro. Un joven imprimió una foto de Jenni, se la regaló; después vimos que en la computadora estaba mirando la foto de esta morocha que está cautivando a los locales.
Desayuno y a caminar otra vez. Pasamos por otro village donde nos esperaba nuestra pickup; en ella había un yankee y una inglesa. La siguiente parte del turrr incluía rafting. Chaleco de niños para Jenni, cascos, la explicación de cómo sería la aventura y al agua. Nos clavamos en cuanta roca había, de rapids ni hablar. Cambio de transporte a unas balsas hechas de 15 cañas de bamboo. Un viejito nos llevó unos 500 metros y se acabó. Almuerzo y de vuelta a Mandala House.

Después de estos dos días Jenni y yo coincidimos en que esto no valía la pena. Hay tanto que queremos ver y hacer… por suerte la pasamos bárbaro entre nosotras, pensamos que si tenemos que recomendarlo, evitaríamos este lugar.

Hemos recorrido unos cuantos templos de Chiang Mai, hablado con monjes y acá debo frenar. Había cuatro monjes estudiando en una mesa, nosotras en otra y uno en un banco, el que nos hablaba. Otro pasó caminando, ‘this is Jennifer too,’ dijo el que nos hablaba.
‘Pero no hay monjes mujeres, ¿no?’ la ignorante V le preguntó a su compañera de viaje.
‘Creo que no.’ El/la otra Jennifer, de pelo corto con el andar de una mujer siguió su camino. Jenni preguntó: ‘is she a monk too?’
Risitas por lo bajo de los de la mesa vecina, miradas hacia sus cuadernos. El monje que quiere ser guía de turismo 'and be free' según sus propias palabras, nos dijo que no, no hay monjes mujeres.

…También hemos viajado en tuc tucs y autos rojos, probado comida local; nos fuimos a hacer masajes Thai y a recorrer el night market.

El viaje a nuestro próximo destino dura tres días. Mañana temprano salimos hacia Laos.

Sunday, June 13, 2010

Finde

Como todo sábado, me levanto temprano. Mientras espero el mensaje de Cata sigo con la interminable tarea que empecé hace unos diez días: las valijas; el detalle es que hoy tengo que terminar sí o sí Suena el timbre, los papás de Sopa pasan a saludarme y regalarme una billetera que me viene de los mas handy para el viaje. Gracias por todo, se pasaron, bye bye.
Texto de mi amiga, quedamos en encontrarnos en "Las Chicas" en una hora para desayunar. A la hora de elegir no somos nada originales y a menudo coincidimos en el plato; esta vez no es la excepcion, BBB es el nombre del bagel con huevos, panceta, avocado y no me acuerdo que mas que nos clavamos. Con algo en el estómago, podemos empezar a hablar de lo que sucedió la noche anterior cuando fuimos a tomar algo con Sopa y algunos personajes más (nada misterioso).
Con la panza llena y dura y el corazón no tan contento salgo para la city, esas compras de último minuto. Termino rápido y vuelvo a mi cueva, no puedo creer que me lleva otras seis horas vaciar mi habitacion. En la semana mandé todo, fueron 86 kilos, mucho mas no podía tener. Le erré grueso, muchísimo mas guardaba, esa gran facilidad para acumular porquerias (porque si hay algo a lo que no me dedique fue a hacer shopping) y a recibir libros que mi hermana compra por internet.)
Cata me busca, son tipo 8pm, vamos para su casa. Ya hay un grupo de argentinos, un colombiano, unos australianos y un yankee que no puede con su existencia. Con las argentinas lo miramos con asco, por suerte quiebra rápido y se va a dormir. Salen las empanadas. Empanadas y Malbec. Una fiesta. Gana Korea, nadie mira ese partido. Llega Timmy, preparamos unos fernés y nos sentamos con el resto de la gente (todos argentinos, los australianos están afuera en el patio, chupando) y baja Diego del bus. Se escucha parte del himno, empieza el partido y vemos lo mismo que todos ustedes.

Domingo a la mañana Timmy me da un regalo; cachetazo de realidad, falta poco para la despedida. Gracias, gracias, gracias. Creo que nunca me dieron algo así.
Tenemos que partir. Salimos para Heathcote, en el corazón de Victoria, al viñedo la familia de Lucy. Pasamos el día ahí, probando diferentes vinos, comiendo quesos y para el almuerzo el ya clásico sausage roll (que no entiendo porqué tiene tanto éxito). De acá saldré al aeropuerto así que estoy vestida con lo que viajo. Obvio que torpeza mediante vuelco un vaso de tinto y me mancho todo mi buzo celeste. (Lo que me hace pensar ¿en qué pensaba cuando separé un buzo CELESTE para viajar un mes? ¿Por qué no elegi uno blanco?) El padre de mi amiga nos lleva por un tour y explica todo el proceso para hacer el vino, no tengo idea de qué habla, no puedo concentrarme en lo que dice este buen hombre.
Se hace de noche, entramos a la casa, nos quedamos frente al hogar. Le doy a Lucy y a Becky unos regalillos, nos acompañan al auto, el cielo está estrellado pero todo está muy oscuro, no veo a las chicas. Se acercan, abracito, chau chau, take care, will miss you, me too, have fun, todo eso, me suelto rápido, al auto.
Cruzamos la tranquera y pobre Tim que me va a tener que aguantar las próximas cuatro horas. Check in done, no quiero ir al gate. Not yet. 'Let's get you on that plane,' me dice después de un rato. No. Cinco minutos más, le pido. Por suerte son de esos que pueden extenderse hasta otra hora.

Al avión despega y mi partida es un hecho. Tengo mil horas de escala en Malasia que me vienen bien para dormir, pensar, llorar y sobre todo darme cuenta de todo lo que tengo que valorar.
Acabo de encontrarme con Jeni en Bangkok, este viaje también es un hecho y ya lo empezamos a disfrutar.

Wednesday, June 9, 2010

Últimos días

El plan era salir después del medio día para Phillip Island, a ver pingüinos. Este lugar queda a unas dos horas y media de Melbourne y está bien llegar a la tardecita porque recién cuando oscurece las criaturas salen a jugar. El domingo la ciudad amaneció en su típico día de invierno, ese que no voy a extrañar: temperatura alrededor de siete grados, mucho viento, lluvia, cielo grisáceo, una angustia. Lucy y Becky decidieron suspender el petit trip y aunque me decepcionó un poco, enseguida me entusiasmé con la propuesta de ir a otro lugar que no conocía.
Había escuchado que Mt Dandenong no era gran cosa y me encantaría confirmarlo o refutarlo pero llegamos cuando este pueblo ya estaba durmiendo y toda la luz que había la daban los autos que de vez en cuando nos cruzaban en la ruta. Para empezar, salimos de casa tarde y después nos perdimos unas tres veces. Este lugar queda a cuarenta minutos de acá y si bien todo está indicado por carteles, llegar a destino siempre es una pequeña odisea. No sé si la gente acá tiene algún problema de orientación o si trasladarse es tan complicado como parece porque no manejo. Lo cierto es que cada auto tiene una Melway a la cual su conductor recurre con frecuencia para saber dónde está parado y cómo llegar adonde sea que necesita ir.
Caminando, muchos andan sus iPhones siguiendo el google map para hacer 20 metros sin doblar… en fin. Cuestión que seguimos el mapa que el telefonito nos indicaba pero de repente, mientras subíamos la montañita, el circulito azul que indicaba nuestra ubicación se empezó a alejar de la ruta por la que debíamos andar. Hacia abajo volvimos, cada vez más oscuro, estaba cantado que no íbamos a ver nada desde la cima.
Finalmente llegamos, nos congelamos mientras sacamos un par de fotos de la ciudad iluminada, la garúa volvió a hacerse presente y decidimos partir. Las chicas querían ir a cenar, les dije que no había problema (eran las 6 y media) pero que yo no comía, que había arreglado para cenar con Timmy, que no había entendido que el programa incluía cena, perdón. Un restaurant cozy casi en el medio de la nada y una de mis mejores noches acá. Además de que obviamente comí algo (la comida es riquísima en todos lados y si hay algo a lo que no me resistí jamás fue a probar lo que me pusieran en un plato, y el plato que me había prometido Tim no me entusiasmaba mucho), fue una larga cena en la que una de las chicas contó que quería dejar al novio y, mis amigos, si ustedes consideran que yo soy cerrada, no sé cómo describirían a la gente acá. Llevó un año pero entre Lucy y yo logramos que Becky por fin hable. (Mientras escribo pienso en la ardua tarea que entonces muchos han tenido conmigo, ja!). Tres veces tuve que mandarle mensaje a este chico diciéndole que estaba demorada. Llegué a su casa a cualquier hora y como claramente no nos conocemos mucho, tenía un poco de cosa de cómo se lo habría tomado porque todos son medio estresaditos con los horarios y sos un irrespetuoso si hacés algo como lo que yo hice. Pero mi Timmy me abrió la puerta con una sonrisa y los brazos abiertos. Preparamos el kangaroo (único país que come su emblema nacional) y otro tick en la lista. (Si alguna vez comen canguro asegúrense de que esté casi saltando porque si se pasa un toque puede ser tan agradable como masticar suela de zapato.)


También fui a pasar unos días a Torquay, a lo de la hermana de S, como ya me mal acostumbré cada vez que necesitaba salir un rato de la ciudad; esta vez de despedida. No faltó fuego en la chimenea que tienen en la terraza, ni vino en nuestras copas, ni la constante charla acerca de la nada misma y otro tanto de algunas cuestiones que nos importan más. La misma pregunta que muchas me hicieron estos días no tardó en llegar: ‘So, what’s Tim’s story?’ Y al igual que a ustedes, mi respuesta fue bastante escueta. Estudia, trabaja, es de no sé dónde en Victoria y ahora vive cerca de casa. Siguió la pregunta que intenté obviar tantas veces. ‘You are a cougar,’ o algo así me dijo K. Y bue, supongo que me pasa por prejuiciosa. ‘Will there be tears and drama at the airport with Tim?’ preguntó después.
‘Nah, it’s all good, we’re just enjoying the moment,’ de verdad no creo que vaya a ser dramático.
‘See you later,’ le dije a K en la estación, le di un abrazo y me fui sintiendo que la veo en tres semanas. Más tarde ese día me despedí del team de hockey; como en todo equipo, me llegó desdpedirme de algunas, de otras para nada. Me queda despedirme de un par de personas, las más cercanas. Quiero hacerme la que me duele irme porque de verdad no quiero irme, pero no puedo ni fingir lágrimas de cocodrilo.

El fin de semana me voy de acá, me parece increíble. El tiempo voló, y no puedo creer que tan pronto los voy a ver; sólo quedan unas paradas antes de Buenos Aires. Gracias por haberme leído y acompañado todos estos meses, los sentí muy cerca a todos.
Si puedo, vuelvo a escribir antes de partir, y sino nos encontraremos la semana que viene desde donde sea estemos con Jeni.