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Monday, February 15, 2010

Rottnest Island

Rottnest Island queda a unos 18 km de la costa de Western Australia (Fremantle, precisamente). Allá por 1696, un Dutch la nombró Rattnest por un marsupial que se llama quokka que este hombre encontró parecido a adivinen qué animal.
By the way, subí el mapa de Australia para que ubiquen un poco dónde estoy.

Hacia Rotto partimos. En la lancha, yo iba sentada atrás a la derecha, mi amiga Jose a la izquierda, su chico (otra fóbica que no me dejaba decirle “tu” chicho, mucho menos tu novio y obviamos su nombre porque a ninguna de las dos nos gusta) manejaba, y el resto: Marty, Can, Lou y Andy parados y agarrados de donde podían.
Ni bien salimos del río y entramos al océano me acordé del miedo que me dan estos paseítos. Encima, desde donde estaba no veía la islita y no tenía idea de cuánto faltaba. Por favor, que aparezca pronto, por favor.
Llegué a esta isla absolutamente empapada pero dados los 35 grados que hacían a las 9.30 am no fue nada molesto, lo importante era que habíamos llegado.

Anclamos y bajamos para conocer el centro de la isla. Mucha gente va los fines de semana en sus lanchas o yates y muchos otros turistas toman lo que sería el barco colectivo y una vez en la isla salen a recorrer en bicicleta. Creo que nunca mencioné esto: en este país parece que a todos les gusta andar en bici. Imaginen mi entusiasmo al escuchar ‘are we renting bikes?’ No es que me da lo mismo andar en bicicleta, ODIO andar en bicicleta. No tengo ningún traumita infantil, simplemente lo ODIO. A mi favor, como nos llevaron habitués del lugar que tenían todo el día armado en una planillita, zafé de tener que pedalear bajo el sol y tener que poner cara de estar pasándola bomba.

Alquiler de snorkel y al agua pato. Un par de pececitos, unas cuantas aguas vivas y no mucho más. Subimos a la lancha para almorzar y mientras todos miraban a las manta rayas XL que nadaban debajo nuestro como si se tratara de un cardumen de goldfish, yo confirmé que no soy pariente directa de Aquaman y decidí que había cumplido con mi cuota natatoria del día.

Partimos hacia otra parte de la isla y esta vez manejaba Marty. No me pregunten qué hizo este flaco pero la isla desapareció. ¿Hacía falta alejarse tanto para ir a la vueltita? A esta altura, el viento ya soplaba con ganas (Perth es la tercera ciudad más ventosa del mundo; me enteré la primera noche, después de haber pasado el día manoteando mi vestido). Me dijeron que para que no me mojara otra vez me sentara sobre la heladera. Me empapé. Pero no me podía importar menos.
El tipito este iba a las chapas, divertidísimo manejando como si fuera un juguete, haciendo saltar la lancha una y otra vez. Cuando parecía que se iba a calamar venía la peor parte: golpe seco y la contractura que ya no encontraba rincón en mi cuerpo para tensionar. Por favor, que pare, por favor. Seguía. Fuerte, cada vez más fuerte. Enserio, por favor.
–Estás bien?- me preguntaba Jose y los demás también a cada rato tiraban un 'Are you okay?'
'Fine. Fine.' Hay veces que mi cara sí expresa lo que me pasa, como en ese momento: terror.

Llegamos al siguiente destino y después de unas 38 horas, pudieron anclar en medio de unas rocas donde había focas. Bajaron todos menos Jose y yo. Nos gritaban excitados que bajáramos a esa mega experiencia de nadar con los lobos marinos, y que las rayas te pasaran por abajo era algo indescriptible.
-¿Qué le pasa a esta gente?- le pregunté a mi amiga.
-Están mal. Yo vi muchos lobitos en Mar de Plata ya, y la verdad que las rayas no me generan nada de curiosidad.-

Y así, mientras las dos disfrutábamos de la tarde ahí arriba, la suerte estuvo de mi lado. Si les digo que un pájaro sobrevoló el área ya se imaginarán qué pasó. Y no fue que me salpicó algo. No. El muy hijo de su madre tuvo la eficaz puntería de depositar todo lo que tenía para evacuar en mi espalda. (¿Quién inventó que esto es buena suerte?)

Hora de volver… claramente el mar más picado, cada vez más viento. Yo ya estaba atornillada al asiento (solo tiene dos) y se ve que se compadecieron de mi porque nadie me quiso sacar. Por favor, que vaya despacio, por favor, que las olas no sean grandes. En mi cabeza el barco se rompía, en un golpe yo salía volando, en el agua el motor me arrancaba una pierna… Por favor, que lleguemos enteros. Todos, incluida la lancha. Se me vino a la cabeza que hay que tener cuidado con lo que uno pide así que intenté ser específica y que nadie saliera lastimado. A todo esto, los otros seis hablaban de lo que mis oídos captaban como la inmortalidad del cangrejo. Pasé las dos horas que llevó hacer los 18 kilómetros pidiendo por favor, por favor, por favor.

Si. La isla bonita.


(Estas fotos son de Perth, ciudad pequeña que parece una maqueta.)





4 comments:

VI-K said...

Ay tocaya coincidimos en nuestro ODIO x las bicicletas! a quién se le habrá ocurrido que es divertido pedalear habiendo tanto vehículo motorizado o siendo tan sano caminar? Eso sí, hubiera disfrutado A LO LOCO del paseito en lancha, nada de snorkel e inmundos peses, SOOOOL

VICU said...

este para mi es uno de los mejores en términos de logro literario. me estresé leyendolo, me dolía todo, cada vez que saltaba la lancha, cada sufrimiento.
mal por tu odio a las bicis, a estos paseos, a nadar con animales marinos. pero bien por el relato.
me quedé con ganas de más.

Anonymous said...

jajaja genial lo del cago de la paloma... tomátelo como un buen indicio del porvenir y listo; aparte, seguramente las palomas cagan mejor ahí que acá... (sí, sigo insistiendo que TODO es mejor en Australia)
éxitos volviendo a la rutina
besooooooos

Anonymous said...

ah, soy tu hermana

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